Infravaloración del trabajo de cuidado

Autora: Natalia Cabezas

El trabajo de cuidado (TC) se refiere a la realización de “actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de existencia y reproducción de las personas, garantizando los elementos materiales y simbólicos que posibilitan vivir en sociedad” (Carballo, 2022, p.230). Se trata de “dos tipos de actividades superpuestas: las actividades de cuidado directo, personal y relacional, como dar de comer a un bebé o cuidar de un cónyuge enfermo, y las actividades de cuidado indirecto, como cocinar y limpiar” (OIT, 2019, p. 27). En este sentido Carballo (2020) también sitúa como parte del TC a la coordinación de horarios y supervisión de tareas de cuidado, que forman parte de la carga mental que involucran estas funciones, usualmente invisibilizada.

La gran mayoría del trabajo de cuidado se lleva a cabo de forma no remunerada (Armas, et al., 2009), lo que dificulta el acceso de las personas cuidadoras a trabajos remunerados de calidad y las orilla a la informalidad y dependencia económica. Aun cuando se da de manera remunerada (TCR), este trabajo cuenta con salarios bajos y extensas jornadas laborales que limitan el acceso de las mismas cuidadoras a necesidades de cuidado (OIT, 2019, p. 11). Pero ¿por qué se dice que el TC está infravalorado? En principio, porque en su mayoría se realiza de manera no pagada, pero, además, porque según la Organización Internacional del Trabajo (2019), de remunerarse, este equivaldría al 9% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, lo que en varios países supera los valores del comercio, la manufactura, el transporte entre otros sectores fundamentales del mercado.

En este sentido, la pregunta vuelca a averiguar por qué se da esta infravaloración, y para responderla hay que ubicar a los sujetos que realizan este tipo de trabajo. Según la OIT (2019) “en todo el mundo, las mujeres y las niñas están realizando más de tres cuartas partes de todo el trabajo de cuidados no remunerado, y dos tercios de los trabajadores del cuidado remunerados son mujeres” (p.V). En 2019, el 91,1% del trabajo doméstico (que incluye en su mayoría las labores del TC) remunerado fue realizado por mujeres (OIT, 2021). De igual forma, hasta 2017, las mismas disponían en promedio, el 20% de su tiempo al TCNR, en comparación con los hombres, quienes le dedicaban un 7%. En Ecuador, las estadísticas mantienen la misma tendencia que el promedio latinoamericano.

Que el trabajo de cuidado esté infravalorado y sea realizado en su mayoría por mujeres no es simplemente una correlación, sino que existe una jerarquía social, dentro de la cual las mujeres ocupan un lugar subordinado, que permite que el trabajo que realizan, por ser mujeres, pueda recibir menos remuneración en comparación a otros, o directamente no recibir ninguna. Es esto lo que explican múltiples autoras feministas, entre ellas María Mies (2021) quien se pregunta por los orígenes sociales de la división sexual del trabajo, y encuentra que esta división asimétrica se remite al monopolio del hombre antiguo sobres sus medios de coerción (las armas), sustentada por el uso de la violencia que estos habilitan. Según la autora, gracias a esto “se crearon y se mantienen las permanentes relaciones de explotación y dominación entre sexos” (p.138).

A este razonamiento, se le puede añadir la teorización de Gayle (1990) quién explica como esta posición de la mujer en la división sexual del trabajo se ubica en “el corazón de la dinámica capitalista” (p.21), no solo debido a que, siendo sus salarios más bajos, proporcionan mayor plusvalía al capitalista; o a que como administradoras del consumo familiar sirven a los fines del consumismo, sino que el trabajo de cuidado permite la reproducción de la fuerza de trabajo. Es decir, el trabajo no pago (o mal pagado) de las mujeres, permite la continuidad de la extracción de plusvalía al trabajador, sin que esta se vea reducida.

Esta estructura jerárquica, encuentra su reproducción cotidiana a través de la construcción de todo un imaginario en el que el lugar que ocupan hombres y mujeres dentro de la división sexual del trabajo, construido históricamente, se naturaliza y se manifiesta en roles de género. Las mujeres son asociadas a labores de cuidado debido a sus “instintitos femeninos” (Ferro, 2019), que involucran características comportamentales y físicas como sumisión, paciencia, ternura, emotividad, belleza; mientras que los hombres son asociados con la productividad, la violencia, la determinación, la racionalidad. Como menciona Carballo (2022):

Los estereotipos de género del trabajo de cuidados no remunerado, y la asociación del cuidado con las inclinaciones «naturales» y aptitudes «innatas» de las mujeres, en lugar de con competencias adquiridas a través de la educación formal o la formación, subyacen al alto nivel de feminización del empleo de cuidados (p.234).

Este imaginario también se construye en torno a formas de relacionamiento como el “familismo”, que según Letablier (2007), hace ver el TC como una obligación natural de las mujeres, o el “maternalismo”, acerca del cual Flores & Tena (2014) abordan su predominancia en la región latinoamericana, donde se idealiza la maternidad y a las mujeres en cuanto madres y cuidadoras. Las repercusiones de esta división asimétrica del trabajo se traducen en que mujeres encuentran limitaciones para acceder a empleos remunerados y de calidad, circunstancia que, siguiendo la argumentación de Carballo (2022):

Crea brechas de género en los ahorros y los activos, impone más restricciones al poder de toma de decisiones de las mujeres en el hogar, limita el acceso de estas últimas a la protección social (…) limita su goce general de los derechos humanos  (…) reduce la capacidad de las mujeres y de otros proveedores de cuidados no remunerados para ejercer su «voz» en los procesos de toma de decisiones, y limita su acceso a los mecanismos existentes y potenciales de representación y a los procesos de acción colectiva (p.241).

Por último, la infravaloración del TC no se puede entender solamente a partir del análisis de la división sexual (jerárquica) del trabajo, si bien este es imprescindible, un entendimiento cabal del fenómeno exige un estudio interseccional que considere otras estructuras de dominación como las que sostienen las nociones de raza y clase, en cuanto a esta última se han acotado nociones fundamentales retomando a Míes (2021) y Gayle (1990) en párrafos anteriores.

Referencias

Armas, A., Contreras, J., Vásquonez, A. (2009). La economía del cuidado, el trabajo no remunerado y remunerado en Ecuador. Comisión de Trasición, INEC, AECID, UNIFEM

Carballo, C. (2022). TRABAJO  DE  CUIDADOS. BREVE  CATÁLOGO  DE PERPLEJIDADES. Revista Jurídica Del Trabajo, 228–249.

Ferro, S. (2019). Aportes a la economía del cuidado para un sistema público de cuidados em América Latina. In T. Vieira & S. Ferro (Eds.), Mulheres entre fronteiras. Olhares interdisciplinares desde o Soul.

Flores, R., & Tena, O. (2014). Maternalismo    y    discursos    feministas latinoamericanos  sobre  el  trabajo  de  cuidados:  un  tejido  en  tensión. Íconos.

Gayle, R. (1990). El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política del sexo.” In ¿Qué son los estudios de mujeres? (pp. 15–74).

Letablier, M.-T. (2007). El trabajo de “cuidados” y su conceptualización en Europa. In C. Prieto (Ed.), Trabajo, Género y tiempo social (Complutense).

Mies, M. (2021). Patriarcado y acumulación a escala global (Desde el Margen).

OIT. (2019). El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente, .

OIT. (2021). El trabajo doméstico remunerado en América Latina y el Caribe, a diez años del Convenio núm. 189.

Vaca, I. (2021). Valorización económica del trabajo no remunerado de los hogares. CEPAL

Natalia Cabezas

Estudiante de sociología de la Universidad Central del Ecuador. Asistente de proyectos e investigación de Fundación Investoria.

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